Bicentenario de Wagner

Richard WagnerSiempre me ha resultado complicado entender las historias de las óperas de Richard Wagner, en las que confluyen poemas épicos medievales, mitología nórdica y referencias cristianas, todo eso ambientado en un contexto histórico que sólo conozco muy superficialmente. Tampoco ayuda el hecho de que estén en alemán, idioma en el que sólo puedo manejarme como turista para comprar la entrada de un museo o pedir el almuerzo en un restaurante teniendo un idea más o menos exacta de lo que me van a traer. Por si no fuera bastante, hay otra razón por la que en mi casi medio siglo de vida todavía no he escuchado una ópera de Wagner de principio a fin: su larga duración, generalmente muy por encima de las 3 horas.

Tras esta confesión tengo que precisar que sí he escuchado bastantes fragmentos de este compositor del que hoy celebramos el segundo centenario de su nacimiento, pero centrando más la atención en el aspecto musical que en el conjunto de lo que él llamaba Gesamtkunstwerk, obra de arte total, una concepción que pretende que este género integre todas las artes (música, teatro, literatura, pintura, escultura, etc.) sin que ninguna predomine encima de las otras, una idea que el alemán defendía en abierta polémica contra la ópera italiana. De hecho, en ésta no sólo las artes visuales, también la acción escénica estaban totalmente doblegadas a las exigencias de las y los cantantes, parándose en cualquier momento la narración para permitir al tenor o a la soprano deleitar los oídos del público con melodías sublimes.

Por eso (y, naturalmente, por ser alemán) la música wagneriana es muy diferente de la de su coetáneo Giuseppe Verdi (su bicentenario será en octubre). Ni mejor ni peor, simplemente muy diferente, destacando positivamente algunos elementos muy innovadores que abrieron camino a muchos músicos que le siguieron en el tiempo y en las ideas, como por ejemplo el cromatismo, que llevó a la desintegración de la tonalidad, al dodecafonismo y al serialismo; o el Leitmotiv, ―motivo conductor― un fragmento melódico que identifica a una persona, un objeto o una cualidad abstracta de la ópera, recurso que, entre otros, será utilizado con mucha frecuencia por los compositores de música de cine.

Aunque en este blog ya hemos podido escuchar en un par de ocasiones algunas obras de Wagner, hay que admitir que no estamos hablando de un compositor muy conocido por el gran público. Sin embargo hay una pieza suya, que forma parte de la ópera Lohengrin, que todo el mundo conoce, me atrevo a decir sin excepciones, no sólo en España, sino en todos los países occidentales, pues es muy frecuente escucharla en las bodas: el Coro nupcial, también conocido como Marcha nupcial, que muy a menudo acompaña la entrada de la novia.

He realizado un arreglo para flauta dulce de esta pieza pensando concretamente en un par de intérpretes: mis sobrinas, que tienen tres días de tiempo para aprender aunque sea sólo la primera sección, hasta la doble barra, para tocarla para su mamá.

A ella y a su prometido, mis mejores deseo de una larga y feliz vida juntos.

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